viernes, septiembre 20, 2024

Muere el deliciense Jorge ‘La Flecha’ Zaragoza, leyenda del basquetbol

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Deportista chihuahuense, leyenda del basquetbol estatal, nacional e internacional, seleccionado mexicano, participante en Juegos Panamericanos, Centroamericanos y seleccionado nacional preolímpico, el deliciense Jorge Anacleto Zaragoza Martínez, ‘La Flecha Zaragoza’, murió este día.

Muchas páginas de gloria se han escrito cuando se refieren a La Flecha, Jorge Zaragoza, nacido en Ciudad Delicias el 26 de abril de 1947, multipremiado y reconocido por sus logros dentro y fuera de la duela, pero sin duda una de las historias de este personaje deliciense, leyenda del basquetbol, sin duda se recrea en las páginas del libro Delicias vida deportiva de la autoría del licenciado Carlos Gallegos Pérez y, a manera de homenaje póstumo, publicamos el capítulo dedicado a este excelso deportista que hoy se nos adelantó en el camino al viaje eterno.

La Flecha Zaragoza

En 1947 ya existía lo que hoy se conoce como pobreza extrema.

Una de las víctimas de esa situación que aún no termina, fue la familia Zaragoza Martínez, encabezada por el minero Juan Zaragoza Leos y su esposa, la señora Socorro Martínez Sepúlveda, él nativo de Puerta del Durazno, municipio de Canutillo, Durango, al pie del Río Florido, y ella de Parral.

Huyéndole a la miseria y a la temible silicosis, la enfermedad que acaba con la vida de quienes dejan sus pulmones en la mina, Juan, que trabajaba en San Francisco del Oro, se vino hacia el norte, hasta llegar a Delicias, donde se asentó en 1946, cuando la población crecía al empuje de la agricultura.

Encontraron acomodo en una casa del Sector Norte, donde vivirían dos años, con el jefe de la familia ocupándose en tareas del campo, al aire libre, no sepultado en vida bajo la tierra.

Durante su corta estancia en la vigorosa población, se vieron bendecidos por el arribo de Jorge Anacleto y cuando éste cumplió dos años regresaron a Durango, donde nacerían Antonia y Socorro.

Su situación económica no mejoró y, para colmo, cuando Jorge tenía seis años quedó huérfano de padre, agravándose las penurias. Vino en su ayuda Juana Sepúlveda, abuela materna del pequeño, quien se lo llevó a vivir a El Oro, donde su tía Florencia, profesora del lugar, lo inscribió en la Escuela Primaria Artículo 123, plantel en el que cursó su educación elemental.

Se destacaba de sus condiscípulos por dos cuestiones: primera, empezó a estirarse hasta superar a todos en estatura, aunque manteniéndose sumamente flaco, en el puro hueso. Dos, le encontró gusto a las matemáticas, materia para la que mostró una gran facilidad, matando al clásico coco de la generalidad del alumnado.

Lo matricularon en la Secundaria Por Cooperación, el único colegio de ese nivel educativo que había en el viejo mineral. Ahí, en la solitaria y rústica cancha escolar, ante un tablero y un aro mal hechos, empezó a cascarear, a introducirse en el deporte que marcaría su vida. En esos días su madre dejó Puerta del Durazno cambiándose también a El Oro, a donde llegó acompañada de Antonia y Socorro.

Al poco tiempo la joven viuda volvió a casarse, naciendo Emma, Armanda, Miguel, Mario y Norma.

En 1964, una vez dueño de su certificado de secundaria y siguiendo el ejemplo de la tía Florencia, pensó en iniciarse en la carrera magisterial, para lo que formó equipo con sus amigos Gustavo Soto, Francisco Molina y Baltasar Trujillo.

Como pudieron juntaron para los pasajes y, cargados de ilusiones y sed de aventura, partieron hacia la Capital, donde aplicaron examen de admisión en la Normal del Estado Luis Urías Belderrain, aunque habían macheteado mucho, desconfiando del resultado quisieron jugar a lo seguro y también en bola se fueron a  Salaices, a hacer otro tanto. Vana desconfianza: en ambos lugares fueron aprobados, pero al final terminaron separándose, pues Baltasar se inscribió en Chihuahua y los demás en la histórica Escuela Normal Rural de Salaices, atraídos por algunas canonjías adicionales a las del estudio: hospedaje y alimentación asegurados, algo que para muchachos de su condición económica equivalía a ver el cielo abierto.

Y empezó la rutina escolar. A las cinco de la mañana, todo mundo arriba. A las seis, ya desayunados, puntualmente a clases hasta muy entrada la tarde y completaban la jornada practicando algún deporte.

Ahí fue, en aquellas largas tardes, donde su buena estrella empezó a brillar, pues se hizo muy amigo de Luis Rentería, as de todos los deportes e influyente miembro de la Sociedad de Alumnos. Además de su amistad obtuvo dos cosas: se salvó de las novatadas, que no eran precisamente un día de campo y fue invitado a practicar basquetbol, reviviendo sus primeros pasos dados en sus días de primaria.

“Es que yo no sé jugar, no sé jugar”, se excusaba una y otra vez, y una y otra vez su hado padrino le insistía: “Ya mides casi 1.90, tienes los brazos largos, debes entrenar. Te veo madera. Además, si te pones a correr en las labores barbechadas agarrarán fuerza tus piernas, que parecen carrizos”.

Ante la persistencia y acordándose de que lo había salvado de la pelonada y de otras pesadas bromitas propias de las novatadas, le hizo caso y empezó a ensayar los tiros, a ensayar los tiros durante las largas horas, a trotar en los barbechos y a hacer pesas con botes llenos de cemento. La tecnología de entrenamiento más moderna, pues.

Una vez que aprendió los fundamentos del Deporte Ráfaga y su físico se alzó hasta el 1.92 y embarneció pasando de los 78 a los 90 kilos, fue tomado en cuenta para engrosar los equipos que participaban en torneos intramuros.

De inmediato marcó diferencia, emitiendo destellos de lo que llegaría a ser en las duelas del mundo.

En 1965 fue aceptado en el equipo de la escuela, donde ocupó la posición de poste o centro, saliendo a jugar primero a poblaciones vecinas como Parral y Jiménez, y después a campeonatos nacionales de normales rurales de varias partes del país. En 1966 se trajeron el cetro de Panotla, Tlaxcala, y un año después volvieron a triunfar, ahora en Palmira, Morelos.

En otras incursiones, como la de 1966, resultaron subcampeones en Primera Fuerza B, donde fue seleccionado para ir al Campeonato Nacional del año siguiente en Aguascalientes. Meses después, ya en 1967, fue nominado el jugador más valioso durante el Campeonato Estatal de Primera Fuerza B en ciudad Juárez, con su institución educativa otra vez en calidad de subcampeona. Además de esa distinción, fue elegido para jugar el Campeonato Nacional de Durango, donde nuevamente fue el más valioso, coronándose su equipo con más de 100 puntos anotados en todos los juegos, récord que permanece imbatible.

Su exitoso inicio se vio brevemente interrumpido por una causa de fuerza mayor. Embelesado por el mágico mundo que había descubierto, dejó Salaices sin cumplir al 100 el propósito principal de su ingreso: la obtención de su título de maestro normalista, algo que lo hizo regresar, graduándose el 24 de junio de 1967.

Pocos días después, una vez repuesto de los estragos que le dejaron las celebraciones al obtener su título, atendió una invitación del doctor Carlos Aguilar, Presidente de la Asociación Estatal de Basquetbol, quien le había echado el ojo viendo en él a un prospecto de polendas.

En septiembre se estrenó como profe ante grupo en la Escuela Primaria Ignacio Zaragoza, que quedaba más o menos en lo que hoy es la colonia Las Granjas de la capital del Estado, entonces un páramo semidesértico, allá en la orilla norte de la población.

En rigor, debió haberse ido a trabajar a Durango, pues de acuerdo a los reglamentos de la época, los egresados de instituciones educativas como la de Salaices tenían que ser destinados a zonas rurales, pero la intervención del doctor Aguilar logró que tanto él como su condiscípulo Luis Rentería fueran colocados en la ciudad de Chihuahua, recibiendo además su base federalizada.

Empezó a repartir su tiempo entre sus obligaciones magisteriales y las duelas, ingresando como miembro del equipazo de la Normal, jugando al lado de elementos como Carlos Barranco, Justo Jáquez, Virgilio Morán y Héctor Hessler. Competían en la Liga Municipal de Primera Fuerza contra trabucos como el de la Universidad Autónoma de Chihuahua y la YMCA, equipos abundantes en talento de primera línea: Chiquis Grajeda, Raúl Palma, Óscar Asiaín, Chiquilín González, el Güero Pérez, Héctor Payán y Benjamín Cabra Ortega, más otros que no les iban a la zaga en categoría y tamaños.

Se enfrentaban en el Gimnasio Rodrigo M. Quevedo, en el centro de la ciudad, local que resultaba insuficiente ante la gran efervescencia que despertaba el Deporte Ráfaga, que vivía una de sus épocas estelares.

Sus buenas actuaciones llamaron la atención del entrenador Pedro Barba y en 1967 lo eligió como miembro de Los Dorados de Chihuahua de la UACH, que obtuvieron el Campeonato Estatal venciendo a Parral.

Como la Preselección Nacional estaba muy ocupada preparándose para la Olimpiada de 1968, en noviembre, después de coronarse monarcas estatales, Los Dorados fueron convocados a representar a México en un certamen en la República de El Salvador. En esa salida al extranjero seguramente fue visto, pues fue llamado a incorporarse a la Preselección que competiría en la justa olímpica. El grupo, dirigido por Lester Lane y con Gustavo Saggiante como asistente, ya casi estaba completo. Sólo había tres lugares a disputarse por tres novatos en ascenso: él, Agustín Hermenegildo Ávila y Óscar Asiaín, los tres chihuahuenses. Agradeciendo cumplidamente la distinción, le dijo a Lane que no podía aceptarla, pues por su trabajo de profesor tenía que regresar a clases, porque de no hacerlo lo darían de baja. Preocupación vana: en un dos por tres le consiguieron un permiso especial y del hotel a donde había llegado lo concentraron en el Centro Deportivo Olímpico Mexicano con el resto del Preselectivo.

En febrero de 1968, en vísperas de la Olimpiada, acudió al Campeonato Nacional celebrado en la Arena México del Distrito Federal, contribuyendo para que Chihuahua obtuviera el segundo lugar, con los locales logrando la corona.

De esta manera comenzó a codearse con lo más granado del basquetbol nacional: Arturo Mano Santa Guerrero, Manuel Raga, Antonio Ayala, Ricardo Pontvianne, Alejandro Cochito Guzmán, Raúl Abuelo Peña, Rafael Caballo Heredia, Miguel Avión Arellano y sus paisanos Enrique Chiquis Grajeda, Fernando Tiscareño, Carlos Mario Aguja Quintanar, que aunque nativo de Zacatecas pasaba como chihuahuense, Óscar Asiaín, John Alexander Hatch y el biografiado.

Como parte de la preparación a la Olimpiada, la Preselección emprendió una gira a Europa, donde duró mes y medio jugando en duelas de España, Portugal, Italia, Grecia, Rusia y Yugoslavia. En el vuelo de regreso y en vista de que le habían dado pocos minutos de actividad, tuvo otra conferencia con Lane, indicándole que llegando a México retornaría a Chihuahua, que no le veía mayor caso seguir.

Viejo zorro, acostumbrado a lidiar con situaciones semejantes, el entrenador le pidió que se quedara hasta la Olimpiada, ya que los 12 finalistas, de los 18 que formaban la Preselección, saldrían de una rigurosa lista de acuerdo a su rendimiento.

Más animado ante esta perspectiva, se sublimó en las prácticas, puliendo un estilo que décadas después haría inmortal a Michael Jordan: arrancando desde media cancha, con su larga zancada, en pocos instantes estaba bajo la canasta y, resorteando, la clavaba.

En otra gira, ésta no tan lejana, sino a través de varias ciudades de la frontera con Estados Unidos, estando en El Paso, Texas, en cuatro avionetas se trasladaron a la ciudad de Chihuahua, donde se llevaría a cabo un juego de exhibición en el Gimnasio Rodrigo M. Quevedo. El partido no pudo celebrarse porque los aficionados se alebrestaron e invadieron la duela, exigiendo que se enfrentaran los siete chihuahuenses contra los siete provenientes de otros estados de la República, ya que para esos días, de los 18 originales, quedaban 14.

Se sentía bien, con la seguridad de quedar en la docena elegida, pero algo le inquietaba: se le hacía mucho que en una Selección Nacional pudieran tener cabida siete o más representantes de una sola entidad, como era el caso. Y su corazón no lo engañó: no obstante que, de acuerdo a la estadística de Lane, quedó ubicado entre el noveno y el décimo lugar, en compañía de Tín Ávila fue segregado de facto, ya que si bien no los cortaron, tampoco les dieron juego, no así a Asiaín, el tercero en discordia, que sí tuvo acción en la quinteta nacional, que logró un meritorio quinto lugar, sólo inferior a la medalla de bronce que México había alcanzado en la Olimpiada de 1936 celebrada en Berlín.

Pasado el trago amargo de no haber representado a su país, ahora sí volvió a Chihuahua, a sus clases, a seguir jugando en la Liga Municipal y en la Selección del Estado, que por sus logros y linaje era conocida nacionalmente como la División del Norte, distinguiéndose por un detalle muy a la moda de entonces: todos, excepto el profe Barba, usaban el pelo casi hasta los hombros, alcanzando altos niveles de popularidad, pues donde quiera que se presentaban eran recibidos como estrellas de rock.

Mirando al futuro y en obediencia a su vocación magisterial, aprovechó la oportunidad de que su trabajo tenía lugar en el turno vespertino para inscribirse en la UACH, en la carrera de Educación Física, alcanzándole el tiempo para representar a su Estado en 14 Nacionales, dejando su nombre grabado entre los basquetbolistas estelares del país.

En 1970, en Torreón, Coahuila, se casó con Olga Martínez, una de sus ex condiscípulas de la UACH, también basquetbolera. Allá les nació Sandra Verónica, quien al tiempo seguiría los pasos de sus papás convirtiéndose en destacada jugadora.

Luego vendrían Nancy Lorena, Karla y Olga Georgina, todas de buena estatura, del mismo molde.

Actualmente jubilado, distribuye su tiempo entre Chihuahua y El Paso, sin perder de vista a sus nietos Oscar Gerónimo Baeza Zaragoza, Luisa Natalia, Jorge Luis y Paola Villalobos Zaragoza y Carlos y Beatriz Isabella Franco Zaragoza.

Carlos ya hace sus pininos en el básquet, siguiendo la senda del abuelo Jorge Anacleto, quien como buen deliciense, tierra donde nacen hombres valerosos, no le tiembla la voz para identificarse con sus dos nombres: Jorge Anacleto Zaragoza Martínez.

 

Descanse en paz.

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