En algún momento de los próximos años (nadie sabe exactamente cuándo) tres satélites de la NASA, cada uno tan pesado como un elefante, se apagarán.
Ya están a la deriva, perdiendo altura poco a poco. Han estado observando el planeta durante más de dos décadas, mucho más de lo que nadie esperaba, ayudándonos a pronosticar el clima, gestionar incendios forestales, monitorear derrames de petróleo y más. Pero la edad los está alcanzando y pronto enviarán sus últimas transmisiones y comenzarán su lenta y final caída a la Tierra.
Es un momento que los científicos temen.
Cuando los tres orbitadores (Terra, Aqua y Aura) se apaguen, gran parte de los datos que han estado recopilando terminarán con ellos, y los satélites más nuevos no tomarán el relevo. Los investigadores tendrán que depender de fuentes alternativas que podrían no satisfacer sus necesidades exactas o buscar soluciones alternativas para permitir que sus registros continúen.
Con algunos de los datos que recopilan estos satélites, la situación es aún peor: ningún otro instrumento seguirá recogiéndolos. En unos pocos años, las características sutiles que revelan sobre nuestro mundo se volverán mucho más confusas.
«Perder estos datos irreemplazables es simplemente trágico», afirmó Susan Solomon, química atmosférica del Instituto Tecnológico de Massachusetts. “Justo cuando el planeta más necesita que nos concentremos en comprender cómo nos afecta y cómo le estamos afectando, parece que estamos desastrosamente dormidos al volante”.
El área principal que estamos perdiendo de vista es la estratosfera, el importante hogar de la capa de ozono.






