Dos abriles, 1970 y 1974, en dos fotos para sus ojos en este domingo de fiesta fundacional, de carrera matutina por la Agricultura, de canto, ritmo y lo que salga con los Dos Carnales. Consulte su programa para lo de mañana.
En la del 70, un cuadro 100% deliciense: una peluquería de aquellos lejanos años difuminados en las nieblas del horizonte del inexorable paso del dios Cronos, un dios implacable, al que ni el bisturí ni el bótox, ni los implantes ni los tintes, ni los remediajos caseros ni los moches solapados, pueden dar gato por liebre.
Es un dios que siempre sale con otros datos.
Los cuatro elegantes cuates que está viendo, encorbatados y recién peinados, son los hermanos Sotelo García, adelantados alumnos de Fígaro, aquel personaje del Barbero de Sevilla, que a partir de esa obra teatrística de Lope de Vega pasó personificar a los peluqueros, rapadores, estilistas, hairdresser, o como guste usted denominar a quienes periódicamente lo tuzan o la tuzan a tijeretazos.
Son Oswaldo, Lázaro, Rubén y Chava, a cual más de coscolino, perfumado, enamorado y gran charlista.
El local de una de sus barbershop estuvo en Río San Pedro y calle 2a Poniente, contra esquina de la ex
Imprenta Cumbre, hoy una mueblería cuyo nombre se pierde entre tantos anuncios de increíbles ofertas, algunas de a tiro increíbles.
«Vamos a peluquearnos con los Sotelo para irnos a bailar a la Mutua, al Rotario, al 20/30 o donde puédamos colarnos», era la frase sabatina recurrente entre la raza del barrio del Parralito, de las vecindades que se hacían viejas en las cercanías de la Plaza Carranza, de la 80, del Mercado Nuevo, del Puentecito.
Cada sábado, peluqueados y peluqueros se topaban en las pistas del zangoloteo y el cachondeo, alevoso o consensuado, pues además de rapa choyas,los Sotelo fueron unas fieras redomadas para el guarachazo y sones como el Hip- Hop y el Suffle dance, hoy día tan en boga.
Sabores de aquel Delicias.
En la otra fotografía, un toquecito no tan grato para los ancestros piratas del Checo y del odioso de Verstappen, que ya con navaja y media de Dorado entre pecho y espalda, confundían las calles y avenidas citadinas con las pistas de Mónaco y Dubai.
Caro pagaban su acelere: a la vuelta de cualquier recodo los esperaba la ingrata presencia de los caballeros del retrato, los cumplidos agentes viales Roberto Mendoza y Miguel Angel Ruiz Aldaz, que horquetados en sus rugientes motos, antecesoras piratas de las Kawasaki Ninja H2 de ahora, les hacían la indecorosa propuesta reservada para un sábado por la noche: «O cabresteas u te horcas», frase encriptada que, traducida al dialecto barrio, más o menos significaba: me dices adiós lenta y cariñosamente con tu generosa manita derecha u hoy duermes en la Gloria, palabra ésta que, trucada al idioma barrio, equivalía a » olorosa y pútrida celda común ubicada en la cárcel pública municipal, que en la aplicación Map queda allá por la 25 Poniente».
Generalmente había trato y,cuando el bólido humano no traía ni para los chicles, a los celosos agentes les salía su Adn barrio y lo despedían con un solidario «arrieros semos, cuñadito».
Sabores de aquel Delicias.
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