Desde el asesinato de Charlie Kirk, se ha producido una gran interacción entre el cristianismo y la política. Tucker Carlson empezó uno de sus programas con un sermón: “Esta es una religión comprometida con el amor por encima de todo y con vivir en paz y armonía, de verdad. Es una religión universalista que cree que toda persona tiene una oportunidad en el cielo. No es excluyente en absoluto”.
Erika Kirk aprovechó su participación en el funeral de su marido para perdonar a su asesino, que es una de las cosas más radicales que se les ordena a los cristianos. En el mismo servicio, JD Vance dijo a la multitud que tradicionalmente se ha sentido incómodo hablando de su fe en público, pero que “he hablado más de Jesucristo en las dos últimas semanas que en todo el tiempo que llevo en la vida pública”.
Algunas personas están nerviosas por esta mezcla de Dios con la política. Temen legítimamente que la religión sea una fuerza tan divisiva y explosiva o que se les imponga, que debería mantenerse alejada de la plaza pública y practicarse en la intimidad de la iglesia y el hogar. Mantener separados a Dios y la política.
Me pregunto cuánto saben estas personas sobre la historia de Estados Unidos. Los fundadores creían que la democracia solo podía sobrevivir si los ciudadanos podían refrenar sus pasiones, ser obedientes a un orden moral compartido y orientar sus vidas hacia la virtud. Confiaban en las instituciones religiosas para realizar esa formación moral. Como dijo John Adams: “Nuestra Constitución fue hecha solo para un pueblo moral y religioso. Es totalmente inadecuada para el gobierno de cualquier otro”.
Alexis de Tocqueville observó: “Los estadounidenses confunden tan completamente en su espíritu el cristianismo y la libertad, que es casi imposible hacerles concebir el uno sin la otra”.
Solo añadiría que una plaza pública desnuda es una plaza pública moralmente ignorante. El debate público estadounidense era más sano y la conversación más profunda cuando líderes religiosos como Reinhold Niebuhr, Abraham Joshua Heschel, Martin Luther King Jr. y Fulton Sheen aportaban su fe a las cuestiones públicas. Hoy la moral se ha privatizado y se ha dejado en manos del individuo. El orden moral compartido está destrozado, y muchas personas, moralmente solas, han llegado a sentir que sus vidas carecen de sentido.
A mi amigo Jonathan Rauch le gusta recordar a la gente que es un judío ateo homosexual, pero en su reciente libro Cross Purposes: Christianity’s Broken Bargain With Democracy, sostiene que la fe y la política no existen independientemente la una de la otra: “Me di cuenta de que, en la vida cívica estadounidense, el cristianismo es un muro de carga. Cuando se dobla, todas las instituciones que lo rodean se ven sometidas a tensión, y algunas de ellas también se doblan”. Una crisis dentro del cristianismo es una crisis para todos los estadounidenses.
Continúa argumentando que, lejos de estar separadas, la espiritualidad y la democracia liberal se necesitan y dependen la una de la otra. La vida humana gira en torno a cuatro grandes preguntas: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Cuál es la fuente del bien y del mal? ¿Cómo podemos reducir el sufrimiento y la injusticia en el mundo? ¿Cómo podemos comprender el mundo sin recurrir a la magia, utilizando en su lugar la razón y la evidencia?
Rauch sostiene que el espiritualismo (la religión más las demás filosofías morales) nos ayuda a responder a las dos primeras preguntas y que el laicismo nos ayuda a responder a las dos últimas. Escribe: “Mi afirmación no es solo que el liberalismo laico y la fe religiosa son instrumentalmente interdependientes, sino que cada uno depende intrínsecamente del otro para construir un relato del mundo moral y epistémicamente completo y coherente”.
Puedes ser religioso o no, pero te interesa vivir en una sociedad que produzca personas espiritual, moral e intelectualmente sanas. Así pues, la cuestión crucial no es cómo separar la espiritualidad (de las variedades religiosas y no religiosas) y la política, sino cómo establecer una relación adecuada entre ambas.
Los cristianos han estado discutiendo sobre cómo hacerlo desde que Jesús dijo aquello de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. La opinión dominante en los últimos cien años es que la religión es prepolítica. Trata realidades más profundas que las que discutimos en política. La religión trata de preocupaciones últimas: de la formación moral de la persona y de la salvación del alma. La política trata de cómo resolver desacuerdos, principalmente sobre cosas materiales. La verdad religiosa es universal y aplicable en todos los tiempos a todas las personas. Las opiniones políticas dependen de las circunstancias, de lo que es prudente en tal o cual momento o lugar. La Biblia no tiene un programa político; solo te dice que las personas de todos los bandos de una disputa política son pecadores que necesitan la gracia. La política se apoya en la vida espiritual y moral, pero es fundamentalmente diferente.
Siempre me ha gustado la teoría de las esferas del estadista neerlandés Abraham Kuyper. La sociedad se compone de distintas esferas, argumentaba, como la familia, el Estado, la educación, la Iglesia y los negocios. Dios tiene la autoridad última sobre todas ellas, pero cada esfera tiene su propia lógica, su propia manera de hacer las cosas, su propio tipo de autoridad. La sociedad funciona bien cuando cada esfera respeta la dignidad de las demás. Siempre me ha gustado esta teoría, porque la gente piensa de forma diferente según la esfera en la que se encuentre. Cuando digo que creo en Dios, quiero decir algo muy distinto de cuando digo que creo en el conservadurismo o en el liberalismo. No deberíamos llevar el estilo cognitivo y emocional de una esfera a otra esfera diferente.
Mi problema con el funeral de Kirk y con toda la conversación sobre su asesinato en general es que mucha gente parece no tener una idea coherente sobre la relación adecuada entre fe y política. En sus mentes, esas dos esferas parecen mezclarse de forma desordenada.
Una líder religiosa le contó a mi colega del Times Elizabeth Dias una conversación que tuvo con Charlie Kirk, quien le dijo: “Quiero hablar de cosas espirituales y, para hacerlo, tengo que entrar en el terreno político”.
¿Por qué rayos Kirk creía eso?
Cuando la gente elogiaba a Kirk, rara vez quedaba claro si hablaban del hombre que intentaba evangelizar para Jesús o de quien intentaba elegir a los republicanos. Un portavoz de Turning Point declaró: “Se enfrentó al mal y proclamó la verdad y nos llamó a arrepentirnos y a salvarnos”. ¿Eso es lo que Kirk hacía cuando discutía sobre los aranceles con universitarios?
La ceremonia se realizó entre las oraciones y los argumentos políticos, entre la gente ofreciendo amar a sus enemigos y el presidente Donald Trump odiándolos con orgullo, entre las declaraciones de que todos los seres humanos están hechos a imagen de Dios y Stephen Miller declarando básicamente que todos sus enemigos son alimañas.
Bob Smietana, destacado periodista del Religion News Service, observó que la ceremonia fue ligera en el tipo de rituales en los que suelen basarse las religiones para consolar a los afligidos. Pero fue rica en lenguaje triunfalista. Un orador tras otro observó que el martirio de Kirk solo haría más poderoso su movimiento. Miller, que tiene el astuto truco de ser un nacionalista judío cristiano, declaró: “El día que Charlie murió, los ángeles lloraron, pero esas lágrimas se han convertido en fuego en nuestros corazones. Y ese fuego arde con una furia justa que nuestros enemigos no pueden comprender ni entender”.
Me pareció que el panegírico de Erika Kirk fue el más hermoso. Y me llamó especialmente la atención que dedicara varios párrafos a explicar la idea de la complementariedad: la idea de que el hombre es la cabeza de la familia y que la labor de la mujer es ser animadora, conservadora, guardiana. “Me aseguré de que cuando Charlie llegaba del trabajo, fuera su lugar sagrado de aterrizaje, lejos de las preocupaciones del mundo”, dijo.
El complementarismo no me gusta, pero al menos es una teoría de cómo debe funcionar la autoridad en el hogar. ¿En qué parte de la ceremonia o del vasto océano de palabras que la rodeó había alguna prueba de una teoría sobre cómo se supone que la religión debe aparecer en la esfera política? Muchos de los comentarios se basaron en la suposición no examinada de que ser cristiano y ser republicano es básicamente lo mismo.
Me recordó una observación que hizo una vez el periodista Jon Ward: que las iglesias evangélicas hacen un trabajo decente adoctrinando a sus miembros sobre cómo comportarse en el seno de la familia, pero que la mayoría de los evangélicos “no han sido instruidos en cómo ejercer el carácter público o la virtud pública”.
¿Qué ocurre cuando la gente actúa sin ninguna teoría coherente sobre cómo debe relacionarse la religión con la política?
En primer lugar, la gente trata la política electoral como si fuera una forma de guerra espiritual. Prevalece una mentalidad de campo de batalla entre las fuerzas de Jesús y las fuerzas de Satanás. El miedo sustituye a la virtud cristiana tradicional, la esperanza: ¡Nos atacan y tenemos que destruir a nuestros enemigos! Es la forma más fácil de movilizar a la gente.
En segundo lugar, se pervierte el proceso de formación moral. En lugar de instruir a la gente en las virtudes cristianas de la fe, la esperanza y la caridad, se instruye a las personas en las pasiones políticas: la enemistad, la conquista y el ansia de dominación.
En tercer lugar, la gente desarrolla una adicción al éxtasis. Probablemente hayas oído el tipo de música de culto cristiano que precedió y puntuó la ceremonia del domingo. Los himnos tradicionales de siglos pasados abarcaban toda una gama de experiencias, pero la música de culto moderna tiende a tocar el mismo acorde emocional una y otra vez: arrebato y alabanza. Su función es llevar tus brazos hacia el cielo o hacerte caer de rodillas. Puede ser una experiencia deliciosa y transformadora.
El problema es que la política es prosaica. La deliberación y la negociación funcionan mejor en un ambiente de moderación y equilibrio. Si quieres practicar la política en el ambiente más adecuado para la llamada al altar, vas a practicar la política de una manera que lanza la prudencia por la ventana.
En cuarto lugar, prevalece un tipo de sincretismo destructivo. El sincretismo es un antiguo problema religioso. Se produce cuando los creyentes intentan fusionar distintos tipos de fe. Hoy en día, es la mezcla de la fe en Jesús y la fe en MAGA. El sincretismo politiza y degrada la fe y totaliza la política.
En quinto lugar, genera mucha hipocresía. Es bonito oír a Carlson decir que practica una religión de amor, armonía y paz, pero ¿así es como vive su vida en realidad?
Por último, hace que la gente subestime el poder del pecado. El movimiento por los derechos civiles tenía una teoría bien elaborada sobre la relación entre religión y política. La teología del movimiento enseñaba a sus miembros que ellos mismos eran pecadores y que debían poner límites a su acción política para protegerse de los pecados del odio, el fariseísmo y el amor al poder. Sin esa teoría, el movimiento MAGA no impone restricciones y el pecado campa a sus anchas.
A veces, los críticos del nacionalismo cristiano argumentan que se trata de un movimiento político que utiliza el lenguaje y los símbolos de la religión para ganar elecciones. Pero los acontecimientos de la semana pasada han demostrado que se trata de un movimiento genuinamente religioso y que Charlie Kirk era un hombre genuinamente religioso. El problema es que la fe desenfrenada y el partidismo desenfrenado son una mezcla increíblemente combustible. Soy de los que temen que las poderosas emociones suscitadas por el martirio de Kirk lleven a muchos republicanos a concluir que sus oponentes son irremediablemente malvados y que todo lo que les cause sufrimiento es permisible. Es posible que las personas fieles se alejen mucho de la cruz.
