El imperio de Red Bull en la F1 está colapsando.
Con el sorpresivo despido ayer de Christian Horner, quien dirigió más de 20 años al equipo de F1 y entregó 8 Campeonatos de Pilotos y 6 coronas de constructores, los austriacos se lanzan a la incertidumbre.
Y es que el movimiento anunciado por los altos mandos de Milton Keynes no asegura la continuidad de Max Verstappen hasta 2028, como estipula su contrato; al contrario, bien podría adelantar su mudanza a Mercedes, como han apuntando los rumores que antecedieron a la salida de Horner.
Se suponía que Horner, ubicado en lo más alto de la estructura del equipo, no era un inconveniente para el 4 veces campeón de la F1, sino que era uno de sus aliados y quien le destinaba todos los recursos al garaje número 1, descuidando incluso al segundo piloto -Liam Lawson salió luego de apenas de dos carreras y Yuki Tsunoda anda en el puesto 17 general-.
Sin embargo, los principales inconveniente del directivo británico fueron su descontento con Jos, padre de Max; el escándalo con una de las empleadas de la fábrica -se dijo que por abuso sexual- y la incompatibilidad con ideas de Helmut Marko, asesor de Red Bull.
Lo cierto es que se trata de una de las últimas piezas que formaron parte del indestructible team de 2023, ese que ganó 21 de 22 carreras.
Eso sí, el desmantelamiento de la franquicia comenzó hace 2 temporadas con la partida de Rob Marshall, una de las engranes fundamentales del área de ingeniería y diseño, quien se fue a McLaren.
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Esa ausencia no afectó en un principio, pero se sumó el adiós de Adrian Newey, genio de la aerodinámica y creador de los bólidos ganadores.
El terremoto se intensificó al salir Jonathan Wheatley, el director deportivo, y luego Will Courtenay, jefe de estrategia, al que se agregó el que dejaran ir al piloto mexicano Sergio Pérez.
Todo eso se ha conjugado para el bajón de rendimiento que tiene hoy día a Verstappen prácticamente fuera de la pelea por un quinto título de la F1 y al equipo en el cuarto lugar entre los Constructores.
