martes, mayo 27, 2025

LA CRISIS MEDIOAMBIENTAL QUE UNEN A MÉXICO Y EU

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La arena blanca se extiende kilómetros donde las olas del océano Pacífico rompen contra la orilla. Cerca de allí, las bicicletas se apoyan en las cabañas costeras, realzadas por plantas de plátano y palmeras en el frente. Un desvencijado muelle de madera ofrece espectaculares vistas de atardeceres color rosa sobre el agua.

A simple vista, Imperial Beach, California, es una idílica ciudad costera, un lugar de recreo tanto para turistas como para residentes del sur de California, en la frontera sur con México.

Pero últimamente, la vista se ha visto arruinada por la brisa marina, que apesta a huevos podridos. Los surfistas que antaño se preparaban para las competiciones de olas grandes ya no están. Tampoco los turistas que construían intrincados castillos de arena y lamían conos de helado en el muelle.

Imperial Beach es ahora el centro de uno de los peores desastres medioambientales del país: cada día, 189 millones de litros de aguas residuales sin tratar, productos químicos industriales y basura fluyen desde Tijuana, México, hasta el sur del condado de San Diego.

Este problema transnacional se remonta al menos a un siglo atrás. Pero ha empeorado significativamente en los últimos años, a medida que la población de Tijuana se ha disparado y las plantas de tratamiento de aguas residuales de ambos países se han ido deteriorando.

“Es una bomba de tiempo para la salud pública que no se está tomando en serio”, dijo Paloma Aguirre, alcaldesa de Imperial Beach. “Necesitamos ayuda”.

El litoral de Imperial Beach, que ha atraído a turistas durante más de un siglo, ha estado cerrado durante más de 1200 días consecutivos debido a problemas sanitarios.

Un número creciente de investigaciones sugiere que incluso respirar el aire puede ser perjudicial, ya que las partículas tóxicas del agua pueden transportarse por el aire. No hay soluciones inmediatas, y los funcionarios de ambos lados de la frontera afirman que se necesitarán años de ampliaciones de las plantas de tratamiento de aguas residuales para detener la contaminación.

Mientras tanto, Aguirre selló permanentemente las ventanas de su casa para evitar el hedor nocivo.

Más de 1100 reclutas de la Marina han contraído enfermedades gastrointestinales tras entrenar en aguas del sur de San Diego, según determinó la Oficina del Inspector General Naval. Y casi la mitad de los 40.900 hogares de la región han experimentado problemas de salud, como migrañas, erupciones cutáneas y dificultad respiratoria, atribuibles con toda probabilidad a las aguas residuales, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos.

La situación se ha vuelto tan desesperada que cuando Lee Zeldin, nuevo secretario de Protección Ambiental del presidente Donald Trump y excongresista republicano, llegó el mes pasado, incluso los demócratas locales lo aplaudieron. El Día de la Tierra, Zeldin vino a Imperial Beach y prometió solucionar urgentemente el problema de las aguas residuales, que dijo que era “prioritario” para Trump.

“Se nos ha acabado la paciencia”, dijo Zeldin.

La crisis ha trastornado la vida en el sur del condado de San Diego —lo que los lugareños llaman el Condado Sur—, que tiene una inusual mezcla de ciudades costeras turísticas y naves industriales. La región se define por su frontera con México, donde el español y el inglés fluyen indistintamente y las laderas densamente pobladas de Tijuana se vislumbran en la distancia.

Pero los residentes del Condado Sur se han sentido impotentes ante la compleja dinámica internacional que ha permitido que tantas aguas residuales inunden sus vecindarios.

“Queremos poder sobrevivir”, dijo Jesse Ramirez, de 60 años, quien lleva tres décadas como propietario de una tienda de skate y surf en la calle principal de Imperial Beach. Una mañana reciente, en lo que suele ser el inicio de la temporada turística, su tienda estaba completamente vacía.

Imperial Beach, conocida por los lugareños como IB, nunca fue tan glamurosa como los ricos lugares costeros más al norte. Toma su nombre del condado de Imperial, una región del interior a la que antiguamente llegaban los granjeros cada verano para escapar del sofocante calor.

La ciudad ha sido durante mucho tiempo una comunidad de clase trabajadora, y sus casi seis kilómetros de costa han funcionado como una plaza mayor en la esquina suroeste del territorio continental de Estados Unidos.

No hace mucho, los surfistas montaban las olas de fama mundial de Tijuana Sloughs, la playa más al sur de la ciudad. Los lugareños paseaban a sus perros por la cálida arena y disfrutaban de la brisa marina y tarros de cerveza en los patios al aire libre.

Pero los llamados eventos de olores extremos ocurren la mayoría de las noches. Los análisis han encontrado una preocupante cantidad de contaminantes en el agua, como arsénico, metales pesados, hepatitis, E. coli, salmonela, pesticidas prohibidos como el DDT y otros.

“Hemos observado con horror cómo han aumentado catastróficamente las cantidades de aguas residuales”, dijo Serge Dedina, surfista y ecologista, quien fue alcalde de Imperial Beach de 2014 a 2022. “Se ha convertido en una especie de crisis colectiva de salud mental”.

En la década de 1990, en un acto de cooperación binacional, Estados Unidos construyó una planta en su lado de la frontera para ayudar a tratar las aguas residuales de Tijuana, que a menudo llegaban a las playas de San Diego a través de las corrientes hacia el norte procedentes de México. Al mismo tiempo, México estableció también una planta en Tijuana.

Pero esas plantas no han seguido el ritmo del explosivo crecimiento demográfico de Tijuana, una de las ciudades de más rápido crecimiento de México. Unos 2,3 millones de personas viven ahora en la ciudad, espoleadas en parte por las empresas estadounidenses que construyeron fábricas allí para obtener mano de obra barata. El envejecimiento de las infraestructuras y los daños causados por las turbulentas lluvias han reducido aún más la cantidad de aguas residuales que pueden tratar las plantas.

El problema de las aguas residuales se extiende ahora hasta Coronado, un enclave adinerado conocido por el histórico Hotel del Coronado, en el cual las habitaciones suelen costar 1000 dólares la noche y que acaba de terminar una renovación de 550 millones de dólares que duró seis años.

Las playas también se han visto obligadas a cerrar allí, por lo que menos turistas reservan alojamiento, dijo John Duncan, alcalde de la ciudad.

“Mi mayor preocupación como alcalde es que la reputación de ‘el retrete de México’ empiece a arraigarse en algún momento y realmente nos perjudique”, dijo Duncan.

Además de las aguas residuales que van directamente al océano, cada día fluyen casi 38 millones de litros al río Tijuana, de 193 kilómetros, que nace en México y serpentea hacia el norte, hacia Estados Unidos, antes de desembocar en Imperial Beach, según la Comisión Internacional de Límites y Aguas de Estados Unidos, la cual gestiona la planta de tratamiento estadounidense y está supervisada por el Departamento de Estado.

Los residuos del río proceden de fábricas, así como de barrios marginales de Tijuana que no están conectados al sistema de alcantarillado de la ciudad. El río proporciona hábitat a 370 especies de aves a lo largo de la ruta migratoria del Pacífico, una importante vía migratoria. Pero en los últimos años se ha convertido esencialmente en una cloaca abierta que atraviesa los barrios del sur de San Diego y pasa cerca de las escuelas, dicen los investigadores.

Un día reciente, el agua del río Tijuana parecía verde fluorescente y estaba salpicada de espuma, lo que los científicos afirman es producto de sustancias químicas industriales. Bajo los frondosos sauces, neumáticos desechados obstruían el cauce. Jarras de leche aplastadas y restos de ropa se amontonaban en las fangosas orillas del río. El hedor a azufre era penetrante, incluso a través de una máscara respiratoria.

A lo largo del río, los científicos han detectado niveles astronómicamente altos de sulfuro de hidrógeno en el aire, que puede causar dolores de cabeza, fatiga, infecciones cutáneas, ansiedad y problemas respiratorios y gastrointestinales. Los residentes llevan años quejándose de estos síntomas, dijo Paula Stigler Granados, investigadora de salud pública de la Universidad Estatal de San Diego.

“Considero que este es el mayor problema de justicia medioambiental de todo el país”, dijo Granados. “No conozco ningún otro lugar donde se permita que millones de litros de aguas residuales sin tratar fluyan por una comunidad”.

La Comisión de Límites de Estados Unidos ha conseguido 600 millones de dólares para duplicar su capacidad de tratamiento a 189 millones de litros diarios, según Frank Fisher, un portavoz. La planta mexicana también está trabajando en reparaciones y en ampliar su capacidad, dijo.

A muchos les preocupa que los cambios lleven demasiado tiempo: solo la ampliación de la planta estadounidense llevará cinco años. Algunas ideas a corto plazo que se han barajado incluyen tratar el agua del río antes de que llegue a las comunidades y dar purificadores de aire a los residentes.

Zeldin dijo cuando visitó San Diego en abril que estaba recopilando una lista de proyectos que resolverían antes la crisis. Sugirió construir un embudo en la planta de tratamiento mexicana que enviaría las aguas residuales más lejos de la orilla.

Dedina, exalcalde de Imperial Beach, se mudó allí cuando tenía 7 años y creció practicando surfeo y socorrismo. Pero en 2019 surfeó por última vez en esas aguas, dijo, y regresó a la orilla a pesar de las perfectas olas de 3 metros. Aquel día el agua estaba demasiado sucia.

“Simplemente dije: ‘No puedo seguir haciendo esto. No puedo meterme en el agua’”, recordó. “Es como la ruleta rusa”. En 2022, Dedina trasladó Wildcoast, la organización medioambiental sin ánimo de lucro que dirige, fuera de Imperial Beach porque sus empleados empezaron a quejarse de los gases tóxicos. Luego, el año pasado, él y su esposa se trasladaron al centro de San Diego, lejos del hedor. Los riesgos para la salud en su ciudad habían llegado a ser demasiado.

“Echo de menos la vida que tenía”, dijo. “Tomar mi tabla de surf, meterme en el agua. Se acabó y es trágico”.

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