El pan dulce es uno de los alimentos que más le gustan a las personas, sobre todo cuando las personas lo acompañan con una taza de café calientito, es por ello que muchos dicen que este alimento es “adictivo” pero, ¿cuál es la razón de comerlo demasiado?
En México, las panaderías están llenas de conchas, orejas, donas, bigotes, roles y un sinfín de panes de temporada que ya forman parte del día a día. Pero aunque su sabor es parte del encanto, comerlos con frecuencia o en grandes cantidades puede afectar la salud.
Dejar de comer pan dulce no es sencillo, y eso tiene explicación en la biología:
Al parecer, esto se debe a que los panes dulces tienen como ingredientes azúcar y harinas refinadas, las cuáles provocan un aumento de dopamina en el cerebro, el cuál es el neurotransmisor asociado con el placer.
Además, los carbohidratos simples que contienen elevan la glucosa en sangre de forma rápida, pero esa energía cae igual de pronto. Ese efecto rebote puede provocar cansancio, hambre constante y el impulso de buscar nuevamente alimentos azucarados para “recuperar energía”.
Pero no todo es fisiológico. El pan dulce también está relacionado con emociones positivas.
Para muchas personas, comer una pieza de pan puede evocar recuerdos familiares, celebraciones o momentos de confort. Esta asociación emocional complica aún más el proceso de reducir su consumo.
Por otro lado, hay un componente social y cultural. En muchas familias, rechazar un pan puede ser visto como una falta de cortesía. Su presencia en reuniones, cumpleaños o posadas lo convierte en parte de las costumbres, lo que refuerza el hábito de comerlo con frecuencia.






