La Plaza de Toros Nuevo Progreso abrió este domingo sus puertas para dar inicio a la temporada grande, en una tarde que congregó a la afición tapatía con una entrada aceptable. El cartel prometía, con la presencia del hidrocálido Diego Sánchez, el ibérico Fernando Robleño en su adiós de los ruedos y el potosino Fermín Rivera. Sin embargo, el hierro de Santo Toribio dejó mucho que desear con un encierro falto de bravura y transmisión, que condicionó la labor de los espadas.
Fernando Robleño, vestido de blanco y plata, abrió plaza con “Tapatío”, un toro negro saino de 482 kilos que apenas permitió lucimiento. El español se mostró firme, pero erró con la espada, quedando su labor en silencio. En su segundo turno, con “Campirano”, negro meano de 525 kilos, el veterano diestro buscó exprimir las embestidas sin demasiada fortuna. Falló nuevamente con los aceros, pero la afición le tributó calurosos aplausos y sonaron las notas de Las Golondrinas, despidiéndolo con respeto y reconocimiento.
Fermín Rivera, ataviado de azul y oro, tampoco encontró aliado en el lote que le correspondió. Con “Legado”, un negro bragado de 500 kilos, el potosino mostró temple, pero su fallo reiterado con la espada redujo todo a un silencio helado. La historia se repitió con “Alteño”, de 498 kilos, un castaño aldinegro que no terminó de romper. Rivera lo intentó, pero se marchó sin premio.
El único que logró emocionar al público fue Diego Sánchez, de salmón y oro. Su primero, “Renaciente”, de 505 kilos, tuvo algo más de calidad, y Sánchez supo entenderlo. Con temple y valentía cuajó la mejor faena de la tarde, rubricada con una estocada que le valió cortar una merecida oreja, convirtiéndose en el triunfador del festejo.
Con su segundo enemigo de la tarde, “Cristero”, un toro bien presentado de 515 kilos, volvió a mostrar disposición, pero la falta de raza del astado y el desacierto con la espada enfriaron todo.
