Por más común e inofensivo que pueda parecer algo como roncar por las noches, en realidad ese ligero ronroneo o la incómoda sinfonía que no deja dormir a nadie puede ser el síntoma de un problema serio.
Específicamente, la famosa apnea obstructiva de sueño, un trastorno tan frecuente entre las personas que, de hecho, constituye el principal motivo de consulta en las clínicas del sueño del País, de acuerdo con el doctor Reyes Haro, líder en el estudio del sueño en México y Latinoamérica.
«La prevalencia es muy alta. Yo creo que es un problema que sigue subestimado, y la prueba clara de esto es que todos conocemos a alguien que ronca fuerte. Y ronquido intenso es el preámbulo para el desarrollo de la apnea de sueño», apunta en entrevista telefónica Haro, director del Instituto Mexicano de Medicina Integral del Sueño.
Mientras algunos estudios más conservadores indican que una de cada tres personas tienen este problema, en otros se ha identificado que tan sólo en México, por ejemplo, más del 60 por ciento de los hombres roncan, y cerca del 50 por ciento de las mujeres.
«En cualquier caso, es un problema súper frecuente y poco atendido. Sigue siendo poco atendido en nuestro País», remarca Haro, presidente emérito de la Sociedad Mexicana de Sueño.
¿Roncar necesariamente significa apnea? ¿Jamás es normal roncar?
No, jamás lo es. El ronquido siempre es una dificultad respiratoria; es el resultado de la relajación de tejidos gruesos alrededor de la garganta. Estos tejidos se relajan al dormir como todo el cuerpo, cuelgan, y al pasar el aire se produce esa vibración. El aire está pasando con dificultad, y eso ya es un trastorno respiratorio.
Quienes tienen un problema leve, detalla el especialista, pueden tener hasta 15 apneas por hora, es decir, dejan de respirar 15 veces por hora, y el nivel de oxigenación en la sangre puede bajar hasta 85, cuando lo normal es que esté por arriba de 90.
Para los casos moderados, hay hasta 30 apneas por hora, y una oxigenación de 80. Y en los casos severos, «parece una exageración, pero es verdad, tienen más de 100 apneas por hora, y hay casos en que la oxigenación llega hasta por debajo de 50 todas las noches. Eso por supuesto que deteriora mucho el organismo», advierte Haro.
Y es que estas interrupciones en la respiración interfieren con las diferentes fases del sueño, que son dos de sueño ligero y dos de sueño profundo, éstas últimas de gran importancia por ser en las que el organismo se restaura; «en las personas roncadoras esta parte del descanso disminuye, y mientras más fuerte sea el ronquido, se pueden ir a cero esas etapas importantes para la restauración física».
«Ahí se restaura el cerebro», remarca, «ahí se restauran todos estos procesos neurológicos, cerebrales, psicológicos, y las funciones de memoria, las funciones mentales superiores, cognitivas».
Todo esto tiene consecuencias que van desde problemas de atención y memoria, irritabilidad, preocupación y ansiedad, además de temas metabólicos, aumento en colesterol u triglicéridos, aumento de peso, tensión muscular y, por supuesto, somnolencia.
«Es considerada esa somnolencia provocada por la apnea severa como una causa importantísima y nunca mencionada de los accidentes de tránsito. En la literatura médica sí se plantea como una de las consecuencias de la apnea no tratada», señala Haro.
Además de la genética, una de las causas para el desarrollo de la apnea es precisamente el sobrepeso, ya que hace que aumente todavía más el volumen de esos tejidos que ya están crecidos. De ahí que ya haya casos de niños con problemas de peso que también presentan índices altos de apnea severa.
«Eso solía retrasar el diagnóstico. Se pensaba que sólo era un problema de personas con obesidad o mayores de 50 años. No, hoy sabemos que puede ocurrir en cualquier momento de la vida, sí principalmente asociado con este factor del sobrepeso u obesidad, pero hay que destacar que no es el único factor».
A pesar de todo lo mencionado, la atención de este trastorno sigue siendo muy baja debido a la falta de especialistas en medicina del sueño en el País, pero también a la propia reticencia de las personas para buscar solución a algo que no estiman como un riesgo de salud.
«Es raro que alguien que empiece a roncar se atienda. Normalmente, pasan entre cinco y diez años para que una persona que ha desarrollado apnea reciba tratamiento», ilustra Haro.
En ese lapso es probable que ya hayan ocurrido desde problemas de pareja hasta bajo rendimiento académico, profesional y laboral, además de accidentes.
«Cuando ya se les subió la presión, cuando ya tuvieron un problema cardiaco, incluso un evento vascular cerebral, es cuando ya entonces toman conciencia de que el ronquido y la apnea que iba avanzando está muy relacionado con eso, y es cuando entonces ya se atienden, muchas veces de manera tardía», refrenda Haro.
«Se quedan dormidos al conducir, y es una de las razones por las que las personas acuden a buscar ayuda».
Desde hace muchos años, la solución que ha demostrado ser más segura y efectiva para la atención de personas con apnea es el uso del CPAP, siglas en inglés para presión positiva continua en la vía respiratoria, un equipo compresor de uso médico que inyecta aire comprimido de acuerdo con los requerimientos de cada paciente.
Aunque se puede encontrar en el servicio público, la cobertura suele ser insuficiente. Cada uno de estos equipos puede rondar entre los 10 mil a los 25 mil pesos, un gasto que Haro pide poner en perspectiva dado el costo beneficio de prevenir otros problemas de salud y mejorar la calidad de vida.
Para dormir bien
Pese a ser esencial para el bienestar físico y emocional, al sueño en realidad no se le da la suficiente importancia, resalta Patricia Beltrán, asesora de sueño infantil y adulto con más de 10 años de experiencia.
No se cuida ni la cantidad ni la cantidad y, tan sólo en niños, se estima que uno de cada cuatro tiene problemas de sueño, alerta Beltrán.
Ello, continúa, suele ser reflejo de padres con mala higiene de sueño y malos hábitos; «son los adultos que se quedan dormidos con la tele prendida, que se les cae el teléfono en la cara», ilustra la asesora.
¿Y qué pasa? Se empieza a convertir en fatiga crónica, en falta de sueño acumulada que desemboca en otros temas, como que ahora sí en serio ya no se puede dormir porque los niveles de cortisol, que es una hormona que nos ayuda a estar alertas, es muy alto, y entonces nos cuesta más trabajo «apagarnos».
«O luego eso ya termina en mala regulación de emociones y temas hasta de obesidad, cardíacos, llevándolo al extremo. Pero no habría por qué llevarlo al extremo si desde el principio decimos: ‘Bueno, yo ya sé que mi organismo necesita siete horas, pues se las doy'», expone.
Toma nota
Para empezar a corregir esos malos hábitos, Beltrán sugiere:
- Aprender a desconectarse
A determinada hora, reducir estímulos como luces en casa o el uso de dispositivos móviles. «La luz azul de los teléfonos interfiere en el proceso de producción de melatonina en el cerebro, que es lo que ayuda a conciliar el sueño», precisa Beltrán. - Tener un horario consistente para empezar el día y para acabarlo.
- Evitar el consumo de estimulantes como cafeína y alcohol por la noche.
- Dejar de sobrepensar todo el tema alrededor del sueño. «Quitarse el mal hábito de creerse que se duerme mal y tenerle pánico a la cama. Sin capacidad de desconexión, será difícil dormir», sugiere Beltrán.