lunes, septiembre 16, 2024

¿POR QUÉ EL HAMBRE NOS PONE DE MAL HUMOR?

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Si has visto la película de animación ‘Inside Out 2’ (‘Intensamente 2’), quizá te hayas sentido identificado con los problemas de ansiedad y las consecuencias físicas que sufre la protagonista.

Pero existen muchas otras situaciones en las que nuestras emociones negativas se expresan de manera exagerada, haciendo que, como se dice coloquialmente, “metamos la pata”.

¿Quién no ha dicho, por ejemplo, una insolencia por algo trivial debido a que era la hora de almuerzo y aún no había comido por culpa de una reunión de trabajo que se había extendido más de la cuenta?

Descubramos por qué nos juega el cuerpo estas malas pasadas.

Cuando tenemos hambre, las emociones que cobran protagonismo son la fatiga, confusión o el enojo.

El causante de todo esto es el azúcar –concretamente, la glucosa– que circula en nuestra sangre. En el momento en que sus niveles bajan, se desencadena en nuestro cuerpo una serie de respuestas para recuperarlos.

Pero ¿qué papel exactamente ejerce la glucosa? ¿Por qué es tan importante?

Este tipo de azúcar es la principal fuente de energía para las células, que componen todos nuestros órganos.

Por ejemplo, el cerebro depende casi exclusivamente de su aporte. Sin ella, los 100 mil millones de células nerviosas que lo componen no serían capaces de realizar su trabajo de manera óptima.

Si el cerebro no recibe suficiente glucosa, lo percibimos sintiéndonos débiles, irritables, mareados y con dificultad para concentrarnos.

En casos extremos, cuando el abastecimiento de azúcar escasea por tiempos muy prolongados, podemos entrar en estado de coma.

Cortisol, el titiritero de las emociones

Esos son algunos de los síntomas que sirven como señal de que necesitamos comer para restablecer los niveles de azúcar en la sangre, que sirve como una autovía para que los distintos nutrientes lleguen a su destino: las células esparcidas por todo nuestro cuerpo.

Ante esta situación, se produce una cascada de reacciones fisiológicas.

A nivel molecular se liberan distintas hormonas. Una de ellas es la grelina, producida y liberada a la circulación desde las células del estómago. Este compuesto natural estimula el apetito, garantizando que el organismo reciba energía a través de la ingesta de comida.

Pero al desconocer las circunstancias de por qué no estamos comiendo, la grelina estimula de manera indirecta, en paralelo, la producción de la hormona asociada con el estrés: el cortisol, generado por las glándulas suprarrenales.

Para aumentar los niveles de azúcar, el cortisol promueve un proceso conocido como gluconeogénesis. Este se basa en la producción de glucosa a partir de la descomposición de ácidos grasos y proteínas almacenados en el hígado. Así se logra un rápido aporte de energía a nuestro cuerpo.

La presencia de cortisol en la sangre durante estados de hambre afecta el funcionamiento del cerebro, actuando como una especie de titiritero.

Altera los niveles de neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, relacionados con emociones positivas y la percepción del estrés. La consecuencia de estos efectos combinados hace que nos sintamos irritados o enojados más de lo normal cuando tenemos hambre.

Los humanos no somos los únicos a los que les pasa esto. En un estudio de comportamiento en peces cebra, los investigadores descubrieron que estos animales también se ponen agresivos cuando les acucian las ganas de comer.

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