martes, octubre 22, 2024

IGUALAN AMÉRICA Y PACHUCA EN EL ESTADIO AZTECA

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En una tensa Semifinal de Concachampions, el América y Pachuca empataron 1-1 en el Estadio Azteca.

Alejandro Zendejas marcó al 12′, un riflazo con la zurda que parecía enterrar las malas sensaciones del partido contra los Pumas, pero Andrés Micolta empató al 40′ con un cabezazo, por lo que la serie quedó en suspenso.

El martes en el Hidalgo, Tuzos y Águilas intentarán ser finalistas y así acariciar el boleto al Mundial de Clubes, el último disponible para equipos de la Concacaf.

Los dos equipos más goleadores de la Concachampions fueron más bien calculadores, en particular el Pachuca que se excedió en faltas, que no vio un mal negocio en irse igualado al Hidalgo y con gol de visitante.

Porque el 0-0 le daría el pase a los Tuzos, mientras que del 2-2 en adelante sería benéfico para los azulcremas; es eso o ganar el partido. El 1-1 obligaría a la prórroga.

Da la sensación de que el América está cansado, porque ese equipo vertiginoso que maravilló ante Toluca hoy choca con pared, sin que Diego Valdés encuentre el espacio para una filtrada espectacular, sin que Julián Quiñones muestre esa explosividad y sin balones peligrosos para Henry, cuya mejor oportunidad fue malograda porque Valdés se anticipó en el cabezazo.

Cuarenta mil 855 aficionados entraron al Azteca. Al 87′, el Coloso rugió con el «Vamos América», pero el equipo no respondía con esa misma energía en la cancha.

No hubo muchas jugadas de gran peligro, quizá apenas el tiro de volea de Jonathan dos Santos. Llama la atención que en esta reconciliación de las Águilas, al primero que abrazó el técnico André Jardine en el gol haya abrazado Jardine haya sido a Brian Rodríguez, quien entró al 89′ para ver si sacaba algo de magia.

En efecto, algo le faltó a las Águilas porque cuando se anunciaron cinco minutos de compensación no hubo mucha algarabía, pero sí tensión con aquel tiro libre en tiempo de reposición, mal ejecutado por Salomón Rondón.

Hay veneno para Águilas
¿Quieren herir al América? Atáquenlo a balón parado.

Desde la llegada de André Jardine el equipo había sanado de esa enfermad en la táctica fija, pero ayer Pachuca le hizo un gol casi idéntico al primero de los Pumas del pasado sábado. El problema es que no es el único en las recientes semanas.

Si se rebobina la cinta, podrá apreciarse que Ricardo Marín también los vacunó así en el Clásico Nacional en Octavos de Concachampions, y que el primer tanto del New England Revolution surgió de un tiro de esquina, en ronda de Cuartos.

Lo que más le duele al América son esos trazos en diagonal, a la espalda de los marcadores y en los que suelen ganarle la espalda a jugadores como Diego Valdés o Henry Martín, de habituales características ofensivas.

El auriazul Ulises Rivas empató así el juego para Pumas y ayer hizo lo propio Andrés Micolta.

Pachuca cortó los circuitos azulcremas, además, con continuas faltas. A las Águilas les conviene un partido con mayor circulación de balón, sin tantas fricciones, pero los rivales han detectado también esa situación. Los Tuzos terminaron el juego con 18 faltas, contra 11 de los americanistas.

Fue tanta la frustración del local que el técnico Jardine hasta la vida dejaba al reclamar un tiro de esquina. No es para menos, el patrón Emilio Azcárraga quiere a como dé lugar el boleto al Mundial de Clubes.

Entre Águilas y Tuzos
¿Quién dice que la pasión e intensidad están peleadas con la edad?

Los «¡Vamos, América!», «¡Venga Quiñones, otro gol!», «¡Así no, pásala bien!», «¡Ehhh, falta, falta!», ¡Bien, con todo defensa!» y el infaltable «¡Águilas, Águilas!» no se dejaron de escuchar ni un solo minuto del partido, provenientes de una pequeña voz en uno de los rincones del Estadio Azteca.

Así fue como Matías De La Torre, de tan solo 9 años, vivió su primera visita a un estadio de futbol, dejando el alma, la voz y la garganta con tal de impulsar a sus Águilas.

¿Cómo puede caber tanta adrenalina en alguien tan pequeño?

Rodeado de cánticos y gritos adultos, los de Matías fueron los que más sobresalieron y se hicieron sentir.

Él quería el protagonismo, su butaca se quedó pequeña para contener tal hiperactividad, tanto que hizo del pasillo frente su lugar un campo de guerra, entre brincos, nerviosismo, manoteos y eso sí, muchos y muchos gritos.

Acompañado de su padre americanista y de su madre y hermano mayor tuzos, al protagonista de la historia poco le importó que a su familia la separaran los equipos, su noche fue más allá de los colores.

Y qué mejor que una bolsa de chicharrones para hacer de la experiencia aún más redonda, la cual se fue consumiendo conforme el segundo tiempo avanzaba, entre mordidas de angustia mientras el segundo gol de su amado equipo se negaba a caer.

Sin duda, una noche que Matías jamás olvidará.

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