sábado, octubre 19, 2024

LA MANO INGRÁVIDA

Debes leer

Usted sabe que el mobiliario de su casa, de su negocio, de su escuela, de su lugar de esparcimiento favorito, es un signo distintivo, una necesidad y un atractivo.
Cuántas estufas a leña, cuántos trasteros para guardar vasos de peltre y de cristal cortado, para conservar vajillas caras traídas de la China milenaria, para otras compradas en abonos en las tlapalerías más baratas, para copas del más costoso material, cuántos trinchadores de maderas nobles, cuántas camas de latón, cuántos pianos y pianolas, qué de mesas de centro, qué de escabeles y sillas de bellas figuras, qué de puertas y ventanas de hierro forjado y fibras de nácar,han trascendido los siglos y hoy son tesoros, colecciones, recuerdos y motivos de añoranzas de los tiempos idos.
Aquí en Delicias, pese a su juventud comparada con los siglos de sus vecinos Meoqui, Saucillo y Rosales, sus vestigios mobiliarios de los 50s, de los 70s, de los 90s del siglo pasado, son antigüedades preciadas, partes de su corta historia.
Hasta hace pocos años hubo un lugar extraordinario, un real museo de lo que venimos escribiendo.
Aún está ahí, donde siempre ha estado, a unos metros de donde se trazó nuestro pueblo.
Ahi está, inmune al tiempo, mutilada bárbaramente una de sus esquinas para construir un vulgar Oxxo.
Ahí está.
Pero ya está vacío, sin el bullicio de sus buenos tiempos, sin las voces de sus ilustres huéspedes, sin las risas de Pedro Infante, sin los pasos elegantes de María Conesa, sin las visitas habituales de Alfonso Amparán, huésped VIP de sus anfitriones Olga y Andrés Bunsow, quienes le abrían la puerta de la habitación que le gustara, que le servían el plato de sus gustos, que lo dejaban reposar un rato, una noche, dos, las que quisiera, y luego lo veían irse a seguir su camino sin fin, caminando y dibujando palomas picasianas y rostros de tarahumares tristes.


Hoy el Hotel del Norte es lóbrego y vacío, oscuro y lóbrego,vacío de sus muebles finos de hermosas tallas.
Ya sólo lo habitan fantasmas insomnes, lo habita una muchacha de bucles rubios dibujada en un viejo retablo colgado en una pared ruinosa, que en sus noches sin sueño se aburre, y hay quien la ha visto evaporarse durante un rato de su prisión eterna para salir a platicar con quienes nadan en la alberca seca del patio solitario.
Ya no suenan los sonidos de las bolas de billar que sonaban en su mesa europea, de las que sólo hubo 60 en el mundo, que traída en barco y cargada en mulas desde Tampico hasta la agreste Batopilas,donde la adquirió Andrés y la colocó sobre el piso de cantera del Bar 1888.
Ya no está en el 1888 el piano fabricado en Alemania en 1830, cargado pieza por pieza en un barco mercante que lo desembarcó en Veracruz y de allá lo depositaron delicadamente en el congelante San Juanito, en la casa de la familia Ochoa González, donde lo pulsaba la hija mayor, de la que Villa estuvo enamorado y quiso besarla una noche que lo embelesó con el vals de moda.
Ya sus noches no son noches de luz ni música, de baile y amores fugaces y romances para siempre, noches de lunas de miel de pasión y fuego.
Si una noche pasa por ahí y escucha el vals de moda, si ve a una muchacha de bucles rubios entrar apresuradamente a través de su puerta cerrada, si ve a un señor robusto, canoso y risueño recargado en uno de los barriles de pino conservadores de vino de los que adornan su fachada, acérquese a saludar su mano ingrávida.
Será Plácido Domingo, que regresó a recordar una noche remota de 1934, cuando durmió ahí acompañando a sus padres Domingo Francisco y Pepita Ember, que esa noche perdida en la nebulosa de los años presentaron su show de sarzuela en el Cine Alcázar de aquel pueblo dormido en el llano yermo, que a un año y meses de fundado tenía cine y tenía hotel.

Por Cronista Muncipal Carlos Gallegos

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