Dice que, tras casi cuatro décadas de la Fernandomanía, ser reconocido aún por los aficionados es algo que le llena más que llegar algún día al Salón de la Fama
Fernando Valenzuela hace una reflexión al llegar a las seis décadas de vida y asegura que el mejor regalo que recibe es el cariño espontáneo de la gente. En esta ocasión no hubo oportunidad de hacer una celebración debido a la pandemia, pero, para el más grande beisbolista mexicano de la historia, el convivir hoy con su familia será suficiente.
El Toro pudo ver, desde su hogar, el título de Dodgers el pasado martes, luego el jueves recibió la noticia de que es uno de los ganadores del Premio Nacional del Deporte. Hoy celebra sus 60 años de vida.
¿Tantos años?, creo que están haciendo mal las cuentas, son menos”, bromea al momento que se le recuerda su cumpleaños. “Son algunos añitos… vamos a ver a la familia, porque con todos los problemas no hemos podido salir a ningún lado. Estaremos aquí”, agrega el sonorense en charla telefónica desde su casa en Los Ángeles.
La imagen del joven lanzador de 20 años que retaba con su screwball a los más temibles bateadores y desatar la Fernandomanía se mantiene vigente entre los aficionados. Es sorprendente pensar que han pasado casi cuatro décadas.
Sí pasaron rápido. También nos ponemos a pensar que para los Dodgers tuvieron que pasar 32 años para conseguir este campeonato, así de que se fueron rápido, pero estamos felices con todo lo que se logró en mi carrera”.
Lo que asombra más al sonorense es que se mantiene intacto el cariño de los aficionados en cualquier lugar donde aparece.
Es algo grande, porque después de tantos años y que sigan recordando mi nombre y los juegos de los 80… es muy bonito que se siga recordando todo eso. A mí siempre me han preguntado qué pienso de estar o no en el Salón de la Fama de Cooperstown y respondo: ‘Mientras la gente tenga un recuerdo bonito mío, y haya cariño, creo que eso es más que un Salón de Fama’”, expresa el legendario lanzador.
ENTRE EL BALERO Y SOPA DE FIDEO
Fernando, el menor de 12 hijos de la familia Valenzuela Anguamea, comenzó a jugar beisbol a partir de los 13 años luego de observar a sus hermanos, ya que a su padre Avelino no era aficionado al beisbol y cubría largas jornadas en el campo para sacar adelante a la familia.
El Toro también ayudaba en la siembra de maíz, garbanzo y trigo, mientras que estudiaba la primaria. En sus ratos libres le gustaba jugar con el balero, hecho con una lata y un palo. El día que intentó jugar beisbol con sus hermanos puso de condición que tenía que ser como pitcher, pero no lo dejaron, al ser muy joven, y apenas le daban la oportunidad de jugar en el jardín.
Yo quería lanzar, porque en el beisbol sin el pitcher no pasa nada. Ahí se lleva el control de lo que va a suceder”, expresó Valenzuela durante una charla motivacional en Hermosillo en noviembre 2018.
En la misma reunión con familiares de jornaleros, el exlanzador de los Dodgers recordó que su comida favorita era la sopa de fideo que preparaba su mamá y las quesadillas en tortillas de harina.
Mi familia fue siempre muy unida, nuestros padres nos inculcaron los valores principales y ayudándonos los unos a los otros”.
A los 16 años comenzó ya a pensar en el profesionalismo y fue firmado para jugar con Mayos de Navojoa luego de sobresalientes participaciones en torneos estatales. Su primer sueldo de 120 pesos, lo mandó íntegro para su familia.
Aunque el número que le hizo famoso es el 34 (retirado de todos los equipos de la Liga Mexicana), el favorito de Fernando es el 13. “Lo consideran cabalístico, pero si uno ve las cosas positivas no hay nada de eso. El 34 fue el que me dieron cuando llegué a los Dodgers”.
El equipo angelino lo firmó en julio de 1979 y ahí comenzó la gran historia de Fernando no sin antes aprender a lanzar el screwball.
No es que me lo hayan exigido, pero me recomendaron que para llegar a Grandes Ligas tenía que aprender otro lanzamiento y entonces comencé a practicar el screwball, no fue fácil dominarlo. Cuando estaba en las ligas menores llevaba récord perdedor y no podía, entonces le dije al manager que tal vez era mejor dejar de tirarlo, pero me dijo que no importaba el récord, y que trabajara con ese lanzamiento para llegar a Grandes Ligas”.
Valenzuela debutó ese mismo año de 1980 en el último mes de la temporada, pero su máximo momento fue en la campaña de 1981 cuando acaparó las miradas en los primeros juegos al ganar ocho partidos al hilo, cinco por blanqueada.
Siempre he dicho que el partido más importante fue la primera vez que me dieron la oportunidad de abrir un juego. Yo estaba programado para abrir el tercero, pero ese día me dijeron que si podría abrir, porque un día antes había lanzado en la práctica, y les respondí que eso era lo que estaba esperando. Otro juego importante fue el de la Serie Mundial, porque los premios individuales te los otorgan, pero un campeonato es labor del equipo.”
UN IMÁN DE TAQUILLA
Luego de ganarlo todo en 1981, con el Cy Young y Novato del Año incluidos, Valenzuela se estableció como uno de los mejores lanzadores en la MLB. Los estadios parecían insuficientes cada que subía a la loma, lo mismo aparecía como imagen de una marca de cereal que de refrescos. En México, cada una de sus salidas eran televisadas y había transmisiones radiales en directo.
Valenzuela fue el lanzador que más aficionados metió a las tribunas en todas las Mayores entre 1980-1990 con un total de 12,945,716, un promedio de 40 mil por juego. En ese lapso tuvo 320 aperturas, con 141 victorias y 29 blanqueadas, incluyendo su único juego sin hit ni carrera, el 29 de junio de 1990.
Pero el exceso de trabajo le cobró factura en 1988. Tuvo su primera lesión al presentar una molestia en el hombro izquierdo, problema que lo alejó tres meses, y además sufrió la pérdida de su padre. Los Dodgers ganaron el título y, aunque Fernando no fue activado en el roster de playoffs, pero sí recibió su anillo de campeón, el segundo en su carrera. “Tras casi ocho años de lanzar más de 250 innings por temporada se reflejó ahí el exceso de trabajo para que el brazo, ya no pudiera seguir lanzando al no tener la fuerza para seguir adelante”, recordó en la entrevista con Excélsior a unos días de su cumpleaños 60. “Pero después de tres meses de recuperación, regresamos para jugar por siete años más y estamos muy contentos del tiempo que pasamos en el beisbol de Grandes Ligas”.
Debido a la pandemia, Valenzuela ha tenido pocos momentos para disfrutar otra de sus pasiones: jugar golf, pero el tener a sus seres queridos acompañándolo es lo que más disfruta. “Estar unidos es el deseo que más pide uno para seguir adelante en la vida. Lo que sí no voy a pedir es mucho pastel, porque ya cuando dejas de jugar hay que cuidarse un poquito más”.
Y agradecido por el que se le siga recordando en México, aprovechó la ocasión para mandar saludos a los aficionados y hacer una recomendación. “Siempre me gusta saludar a toda la gente, ya que es poco el tiempo que ando en México y para mí es un honor llegar a todos ellos por este medio… ¡cuídense!”